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¿Cuántas decisiones has tomado hoy?

Responde a esta pregunta: ¿Cuántas decisiones has tomado hoy?

Si ya has respondido, puedes seguir. Si no lo has hecho, sería mejor que lo hicieras antes de seguir.


Un alto porcentaje de personas habrán respondido: “dos”. O, como mucho, “tres”. Bastantes habrán respondido: “todavía ninguna”. Ninguna de las personas ha acertado con la respuesta.


Tomamos miles de decisiones a lo largo del día, pero no somos conscientes de ellas porque lo hacemos de un modo automático o inconsciente: Beber, andar, mirar, sentarse, rascarse, conducir, leer este artículo… Pero tomamos más decisiones: ¿Qué ropa me pongo?, ¿Qué como?, ¿Cuándo me acuesto?, etc.


Asociamos tomar decisiones sólo a las cosas sobre las que reflexionamos, a las cosas que hacemos de un modo más o menos atento. Pero tampoco es “reflexionar” eso a lo que llamamos reflexionar.


En casi todas las reflexiones hay algo en común: estamos tratando de buscar una solución a un asunto o problema, y tratamos de que el resultado de esa decisión sea algo beneficioso para nosotros.


Conviene recordar que, en bastantes casos, cuando uno vislumbra una decisión que le parece acertada pero con ella cree que puede perjudicar a otro, en enseguida aparece una llamada de atención de uno mismo en la que se califica de egoísta. Ojo si notas que aparece algo así. Porque quizás no tengas que hacerte caso…


En este artículo, me voy a referir a las decisiones importantes, a las que afectan de un modo notable al presente o al futuro. Partiendo de ese principio de que uno busca, y ha de buscar, el bien propio en la decisión, conviene tener en cuenta estos aspectos:


ES UN ACTO DE AMOR PROPIO


De amor a sí mismo. Uno busca con ello su propio bien, alguna mejoría, equilibrio y bienestar, solucionar un conflicto o escapar de su influencia… en definitiva: estar mejor.


Ya el hecho de tomar la decisión es algo que se debe mirar desde esta perspectiva: “me cuido, me respeto, me ofrezco lo mejor dentro de lo posible, cumplo el mandato divino de respetar mi vida y tratar de hacer de ella un lugar en el que sentirme bien.”


Tratar de que la decisión sea provechosa para uno mismo no indica egoísmo ni falta de amor al prójimo.


LA INTENCIÓN DE ESA DECISIÓN TIENE FINES NOBLES


Si hay alguien que es capaz de tomar una decisión absolutamente egoísta, en la que no le importa perjudicar gravemente a otro con el fin de obtener sus satisfacciones (violadores, ladrones, dictadores, algunos políticos…) queda excluido de lo que escribo, porque me estoy refiriendo a la gente “normal”.


Querer el bien para uno mismo, o para sus familiares o seres queridos, no es malo, sino más bien al contrario: es un acto de amor.


APLICAR DECISIÓN A LAS DECISIONES


Cualquier DECISIÓN (determinación, resolución que se toma o se da en una cosa dudosa), una vez que se ha tomado, se ha de realizar con DECISIÓN (firmeza de carácter).

  • Uno tiene derecho a experimentar y no acertar siempre con el resultado.

  • No pasa nada. No es malo.

  • Lo único que pasa es que se acaba de descubrir otra forma de no hacerlo bien.

  • Pero si no aciertas, no pasa nada.

  • La vida es un campo de experimentación.

  • Y se ha de aplicar a este asunto, continuamente, la comprensión y aceptación.

El hecho de no acertar siempre no ha de menoscabar la relación con uno mismo ni la autoestima; no ha de convertirse en una batalla continua, en un enfrentamiento encarnizado, en un perpetuo desprecio, o una traca de reproches y un muestrario de malas caras. Pero tampoco en una resignación que acepte todo sin más y sin hacer algún esfuerzo por aprender o mejorar.


Es mejor tratarse como se trata al niño que está aprendiendo a andar: se le levanta una y otra vez, se le anima a que lo intente de nuevo; no se le riñe ni se le reprocha, no se le echa en cara su “torpeza” –que es la misma “torpeza” de todos los niños de su edad-, pero se le enseña para exigirle finalmente que aprenda a andar.


Así ha de ser: compresión, aceptación, paciencia… y exigencia de resultados.


VALENTÍA


Muchas veces hay que hacer lo que hay que hacer. Y hay que ser valientes para ello. Muchas veces la vida, y nuestro proceso de aprendizaje en la vida, nos exigen algo más que pasar por ella soportando lo que nos ofrezca, y nos exige enfrentarnos –si es necesario- a sus planteamientos, y nos recuerda que nuestra vida es responsabilidad nuestra, y no del porvenir ni del destino, que no son más que una excusa la mayoría de las veces.


En ocasiones nuestra conciencia, o nuestra sabiduría, nos sugieren que tomemos decisiones, y esas decisiones puede que no sean comprendidas inmediatamente por los otros.


Siempre que se actúe con buena voluntad, sin ánimo intencionado de dañar, y siempre que uno tenga algún tipo de certeza de lo que tiene que hacer, tiene que hacerlo.

Tony de Mello escribió: “Si ni siquiera Dios ha sido capaz de poner de acuerdo a todo el mundo, ¡cómo voy a hacerlo yo!”.

Algunas decisiones serán incomprendidas, otras pueden afectar a los intereses codiciosos o los deseos de otros, otras pueden ser distintas de lo que esperaban… pero hay que ser valientes y tomarlas.


Siempre, por supuesto, con el consentimiento y aprobación de la conciencia.


SER IRREDUCTIBLE (pero no siempre)


Si has tomado la decisión que has creído acertada o conveniente, pero los resultados te van demostrando que no es acertada, conviene que la revises o que la re-enfoques de otro modo.


El hecho de que estés convencido de una decisión no la convierte obligatoriamente en apropiada. Es bueno que persistas en la defensa de tus decisiones, pero no es bueno que seas obstinado y obtuso, y que te estés perjudicando a ti mismo por no reconocer a tiempo que no era tan correcta como parecía. Un paso atrás no es una derrota. Es el sabio, y no el tonto, quien es capaz de reconocer sus errores.


SER UN JUEZ JUSTO


Un juez se debate muchas veces entre la aplicación de las leyes y lo que considera justo. No siempre coinciden ambas cosas.


Uno sí se puede permitir ser juez imparcial y descondicionado, y aplicar la justicia en vez de la ley, y obrar según su criterio.


A la hora de tomar decisiones es muy correcto ser capaz de actuar de un modo neutral, considerado, desapasionado, sensato, justo, y equilibrado.


Hay un modo de encontrar soluciones a los problemas sobre los que uno tiene que decidir, y es desapegarse de ellos: verlos como si fueran ajenos.


Cuando uno tiene un problema, está afectado en el campo que corresponda: sentimientos, trabajo, relaciones, economía… y esa misma afectación le descentra, y no sólo no le ayuda, sino que le obstruye.


Casi todos tenemos la capacidad de “resolver” los asuntos ajenos, y es porque no estamos implicados en ellos, y porque no nos afectan.


La psicología propone una especie de juego en el que uno se sienta en una silla, cierra los ojos, y se imagina o visualiza otra silla vacía enfrente, y visualiza que de uno mismo sale un doble, con el mismo cuerpo, y se sienta en la silla. Entonces se le pregunta cuál es su problema –porque, en ese momento del ejercicio, es “su” problema y no el tuyo-, se le escucha, se le da la solución, y entonces regresa, se incorpora a uno, desaparece la silla, y se abren los ojos.


Ya hemos sido capaces de encontrar la solución. Ya sólo falta aplicarla, que es lo más complicado… pero no es imposible.


Tomar decisiones es algo que seguiremos haciendo a lo largo de la vida, y es conveniente ser muy conscientes de ello, dedicarles el tiempo y la atención que requieren, no agobiarse –mejor hacerlo de un modo relajado-, aceptar de antemano que no siempre acertaremos, hacerlo del modo más ecuánime posible, y aplicar la justicia.


Fuente: Francisco de Sales. Autoconocimiento y Desarrollo Personal.

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